Los fondos ilíquidos no son tal vez los más conocidos por parte del inversor medio. Sin embargo, cada vez están ganando más protagonismo en las carteras de los inversores más especializados, sobre todo, los institucionales.
A continuación, un repaso de las principales características que pueden hacerlos atractivos.
Las claves de las inversiones ilíquidas
Este tipo de inversión se plantea a largo plazo y su diferencia fundamental respecto a otras tiene que ver con que no existe un valor de liquidación que permita la medición de la rentabilidad cada día.
Como estos fondos son cerrados, hay tres condiciones que deben tenerse en cuenta cuando se eligen.
En primer lugar, cabe señalar que no se dispone de un mercado que posibilite deshacer las inversiones ilíquidas de forma voluntaria.
La segunda característica remite a unos plazos para la recuperación de las inversiones que se sitúan, de media, por encima de los tres y cuatro años.
Por último, como en el resto de inversiones, se asume un riesgo vinculado a la estrategia de obtención de rentabilidad.
Las ventajas de este modelo de inversión
Cabe señalar que, en la actual coyuntura de la crisis sanitaria por el coronavirus, caracterizada por los imprevistos que influyen sobremanera en la economía, estos fondos se revelan como unas herramientas interesantes para soportar contextos bajistas. Básicamente, por el hecho de que, en estas situaciones, se tienden a dar reembolsos. Las ventas de activos por un valor inferior al último de referencia son habituales. Por lo tanto, la naturaleza de estos fondos supone un escudo frente a los vaivenes de las cotizaciones. Cabe destacar que para crisis muy prolongadas en el tiempo, este escudo pierde eficacia.
Por consiguiente, se produce un aislamiento frente a decisiones emocionales en los momentos de pánico. En este sentido, estos fondos pueden complementar la diversificación junto a los líquidos.
En definitiva, apostar por los fondos ilíquidos se convierte en una protección frente a la volatilidad de los mercados.